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Durante años, los vecinos del barrio de El Pris intentaron construir una ermita dedicada a la Virgen del Carmen, figura de gran tradición y devoción entre los pescadores del lugar. Tras varios intentos fallidos en distintas ubicaciones, la imagen de la Virgen permanecía en la cofradía de pescadores, a la espera de un nuevo espacio de culto. Finalmente, se eligió un solar junto al antiguo embarcadero, pese a sus condiciones adversas: una forma irregular, fuerte pendiente, fragilidad del entorno edificado, restricciones de la Ley de Costas y limitados recursos económicos.
En un contexto marcado por edificaciones autoconstruidas y sin referentes arquitectónicos claros, la propuesta busca integrarse en el conjunto sin imponerse, completando la fachada urbana sobre el peñón. La ermita se concibe como un volumen cilíndrico truncado, que se eleva hacia el altar generando tensión vertical. Se incorporan espacios auxiliares como un pequeño oratorio en forma de cueva y una sacristía, generando entre ellos un patio protegido del viento. El interior es un espacio circular, sin desniveles, con un banco monolítico perimetral y un Vía Crucis compuesto por 14 estrellas talladas en la pared.
La materialidad del proyecto es austera y esencial: hormigón visto y abujardado, enfoscados rugosos, y pavimentos de hormigón fratasado. La luz natural se convierte en un recurso expresivo, especialmente en el retablo, donde un vidrio azul filtra la luz cenital y crea una atmósfera de recogimiento. El altar incorpora fragmentos de vidrio reciclado de botellas de vino compartidas con los vecinos en la ceremonia de la primera piedra. La planta circular simboliza el abrazo materno de la Virgen del Carmen, Stella Maris, guía de los marineros desde el norte.
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Durante años, los vecinos del barrio de El Pris intentaron construir una ermita dedicada a la Virgen del Carmen, figura de gran tradición y devoción entre los pescadores del lugar. Tras varios intentos fallidos en distintas ubicaciones, la imagen de la Virgen permanecía en la cofradía de pescadores, a la espera de un nuevo espacio de culto. Finalmente, se eligió un solar junto al antiguo embarcadero, pese a sus condiciones adversas: una forma irregular, fuerte pendiente, fragilidad del entorno edificado, restricciones de la Ley de Costas y limitados recursos económicos.
En un contexto marcado por edificaciones autoconstruidas y sin referentes arquitectónicos claros, la propuesta busca integrarse en el conjunto sin imponerse, completando la fachada urbana sobre el peñón. La ermita se concibe como un volumen cilíndrico truncado, que se eleva hacia el altar generando tensión vertical. Se incorporan espacios auxiliares como un pequeño oratorio en forma de cueva y una sacristía, generando entre ellos un patio protegido del viento. El interior es un espacio circular, sin desniveles, con un banco monolítico perimetral y un Vía Crucis compuesto por 14 estrellas talladas en la pared.
La materialidad del proyecto es austera y esencial: hormigón visto y abujardado, enfoscados rugosos, y pavimentos de hormigón fratasado. La luz natural se convierte en un recurso expresivo, especialmente en el retablo, donde un vidrio azul filtra la luz cenital y crea una atmósfera de recogimiento. El altar incorpora fragmentos de vidrio reciclado de botellas de vino compartidas con los vecinos en la ceremonia de la primera piedra. La planta circular simboliza el abrazo materno de la Virgen del Carmen, Stella Maris, guía de los marineros desde el norte.